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Rastrear la ubicación de nuestros hijos: ¿es aceptable?

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Todos tenemos una vaga idea de qué es la privacidad, y en general a todos nos resulta fácil decir, frente a ejemplos concretos, qué puede ser expuesto públicamente (mi persona andando por la calle), y qué no debería serlo (mi persona andando desnuda por la calle). Generalizar sobre qué cosas todo el mundo considera como privadas es difícil: yo considero las fotos de vacaciones de mi hija en traje de baño como algo privado, aunque muchos de mis amigos en Facebook no piensen lo mismo.

Pero si a lo anterior le agregamos las posibilidades de la tecnología para simplificar la captura de datos, y para mezclar varias fuentes de datos con muy poco esfuerzo o conocimiento, el resultado es que ya nadie sabe qué debiera ser privado y qué no.

El domingo recién pasado apareció un artículo en la Tercera sobre aparatos para rastrear a tus hijos que están siendo presentados en la feria de consumo CES, en Las Vegas.

A nadie a quien se la haya perdido un hijo o hija, aunque sea por breves momentos, estaría en desacuerdo con la conveniencia de tener un localizador. Hace relativamente poco tiempo que comparto mi localización permanente en tiempo real con mi esposa a través de Google Plus, a pesar de que sospecho que ella (por pudor o por alguna otra razón que desconozco) nunca ha hecho uso de esa información. No es raro que en reuniones de amigos o familia en lugares acordados pero previamente no visitados usemos servicios como Waze para compartir nuestra localización.

Frente a tantos buenos usos de compartir nuestra localización en tiempo real con otros, ¿qué nos hace dudar tanto cuando se trata de la ubicación de nuestros hijos?

A nadie a quien se la haya perdido un hijo o hija, aunque sea por breves momentos, estaría en desacuerdo con la conveniencia de tener un localizador. Sin embargo, ¿Cuáles son los factores que nos deberían hacer reflexionar sobre cuándo acceder a la ubicación de nuestros hijos?

No pretendo tener una respuesta absoluta. Sospecho que existen tres razones que podrían interpretar a muchas personas: voluntad, contexto, y potencial de abuso.

En general, uno intuye que la privacidad es en gran medida voluntaria. Es mi derecho y mi responsabilidad si voluntariamente decido compartir mi ubicación en tiempo real con alguien más. Esto es cierto en la medida que esto no imponga a otros la obligación de recibir. Por ejemplo, si yo decido compartir públicamente fotos mías con alguien más en un motel (algo que entiendo hizo un futbolista chileno hace poco a través de las redes sociales), eso no es inherentemente malo (aunque sí bastante idiota) en la medida que otros puedan decidir si quieren ver esas fotos o no. Si yo salgo a caminar desnudo por una calle concurrida un sábado por la tarde, eso deja de ser cierto.

En otras palabras: es aceptable renunciar a algo privado, siempre que no obligue a otros a recibirlo.

El contexto es también un factor importante. Supongamos que acordamos viajar con el resto de la familia a algún lugar donde podamos hacer un asado a las orillas de un río, pero no tenemos idea exacta de dónde vamos a reunirnos (tal vez porque es primera vez que vamos y no conocemos el lugar). El compartir mi ubicación con mis padres mientras viajamos puede ser súper conveniente. Sin embargo, el compartir nuestra ubicación permanentemente con nuestros padres es algo que muchos de nosotros consideraría incómodo. ¿Por qué? Todos tenemos distintas razones (incluso algunos no tienen problemas para ello). Sospecho que en gran medida se trata de la combinación de una figura de autoridad, y con la vigilancia de nuestras acciones.

Finalmente, está el potencial de abuso. En términos generales, toda herramienta ofrece formas de abusar de ella, pero eso no hace de la herramienta algo inherentemente malo o que debiera ser prohibido. Si fuera por eso, Internet jamás habría surgido (y pocos proponen hoy que Internet no debería existir). Lo que debiéramos hacer siempre es preguntarnos si la víctima de un uso mal intencionado de la herramienta tiene herramientas para defenderse, o para deshacer o contrarrestar el abuso. Si la respuesta es no, entonces es un imperativo ético el evitar utilizar la herramienta, usar alternativas, o generar formas de compensar a las víctimas de manera proporcional al daño causado.

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Nuestros hijos son seres humanos plenos, personas en formación a las que debemos nuestro amor incondicional y protección. A medida que crecen y ganan autonomía y capacidad de resolver por sí mismos los potenciales abusos de los que puedan llegar a ser objeto, el respeto a su autonomía gana terreno por sobre la protección que yo pueda brindarles. En otras palabras: me parece muy útil y conveniente el rastrear la ubicación de mis hijos mientras son chicos e incapaces de encontrar el camino a casa si se pierden (o si alguien se los lleva), pero eso no significa que no sea una invasión a su privacidad (incluso si ellos no son conscientes de ello). Tan pronto como son conscientes de ello, y tan pronto como sean capaces de manifestar su desagrado o incomodidad, es hora de dejar de rastrearlos.


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